Investigaciones.
Sostener la vida en la ciudad neoliberal: mujeres y redes de cuidado en las economías populares del norte argentino
Compartimos el trabajo de Liliana Bergesio y Florencia Nieva publicado originalmente en la Revista Sin Miga el 31 de agosto de 2024.
“Yo siempre trabajé, desde chica.
En el campo, en la casa, en la feria y ahora en la copa de leche también.
Todas mujeres somos. Es así, si nosotras no nos ayudamos no nos ayuda nadie”.
Mercedes, Jujuy, 2024
En tiempos aciagos, se hace necesario que la investigación en Ciencias Sociales tome un enfoque multidimensional para analizar los fenómenos emergentes y problemas cotidianos de la sociedad. En el caso de la desigualdad, es común explicarla sólo a partir de la cantidad de ingresos monetarios que reciben mensualmente las personas. Sin embargo, comprendida a partir de la relación en el acceso a bienes y servicios y de la intersección entre condiciones socioeconómicas e identidades y situaciones de discriminación y/o segregación, cobra mayor sentido.
Presenciamos una fragmentación nunca antes vista del mercado de trabajo, a partir de un proceso histórico que comenzó hace varias décadas, pero que se profundiza en la actualidad. Las formas tradicionales de asalariamiento en un sistema capitalista industrial están quedando cada vez más atrás, dando lugar a otras que se solapan, se mezclan y se hibridan con prácticas tanto nuevas como tradicionales. La alta concentración de la riqueza en pocas manos, la expulsión de una gran masa de trabajadores al desempleo y la constante incorporación de nuevas tecnologías a la vida cotidiana, hacen que las formas de sostener la vida para quienes se encuentran en la base de la pirámide de ingresos y derechos, sean cada vez más complejas y, en no pocos casos, titánicas.
En este marco surgen, se desarrollan y expanden las economías populares, actividades enmarcadas en la autoexplotación, la búsqueda de ganarse la vida y en tradiciones ancestrales, que se constituyen a partir de la producción, el consumo de bienes y la reproducción de la comunidad Porque en ellas se conjugan iniciativas individuales, emprendimientos asociativos y también tramas de cuidado comunitario y sostenimiento de la vida –en sentido ampliado-, basadas en la creatividad y la inventiva. Su carácter solapado, heterogéneo y disímil hace que resulte tan difícil definirlas de forma tajante (y tal vez no sea necesario buscar lograrlo, ya que quizás en esa indefinición radique, precisamente, su valor). Es por ello que, tanto los sentidos que giran alrededor, como la autoridad de quienes tienen el poder de definir a las economías populares, se encuentran en constante disputa. Esto se hace evidente al contrastar definiciones académicas, estatales y/o de organizaciones del sector, así como también, aquellas que enfatizan lo colectivo y solidario con otras que reivindican el emprendedurismo e individualismo.
Lo cierto es, que las economías populares son prácticas que provienen tanto de un proceso socio-económico de exclusión del mercado laboral formal, como de luchas políticas de organizaciones sociales y que, en el noroeste argentino por ejemplo, se articulan con formaciones socioculturales de fuerte raigambre andina. Las relaciones que se tejen en ellas no están exentas del cálculo y la acumulación, sino que la comunalidad convive con condiciones en las que se cuela en sus intersticios el neoliberalismo a partir de la explotación y la autoempresarialidad.
En la mayoría de las provincias del Norte argentino, la cantidad de personas que trabajan en economías populares supera ampliamente al sector privado, constituyéndose como un sostén importante de muchas familias de sectores vulnerabilizados. Las economías populares, además son actividades ampliamente feminizadas, debido en parte a que las mujeres son quienes tienen las menores tasas de participación en el mercado formal y suelen alcanzar empleos peor pagos y de baja calificación. Si a la condición de mujer, le sumamos la de indígena, el acceso al mercado de trabajo se hace aún más difícil y precario, siendo ellas el eslabón más débil y desfavorecido tanto en sentido material como simbólico. A esta situación de marcada desigualdad se debe sumar que las mujeres que ejercen la economía popular, desarrollan actividades en las que se mezcla lo productivo y reproductivo en el espacio público: trabajan en la venta callejera mientras cuidan a sus hijos e hijas, en comedores y merenderos, dando clases de apoyo, promoviendo la salud y previniendo las violencias de género en sus territorios, enfrentando situaciones históricas de tensión: desalojos, hostigamientos o procesos de relocalización, entre otros.
Las economías feministas, en las últimas décadas en Latinoamérica, denunciaron las contradicciones existentes en la dicotomía producción/reproducción, relacionada a la acumulación del capital y al sostenimiento de la vida. Desde esta perspectiva se presenta la naturalización del cuidado como tarea primordial para la reproducción del capitalismo y la asignación de los roles de cuidado únicamente a las mujeres. El sistema capitalista se funda, de acuerdo a esta perspectiva, a partir de la desposesión de los medios de vida y de la autoridad femenina, así como también en el control de sus cuerpos y conocimientos.
La reproducción es el pilar fundamental en el que se apoyan las demás formas de organización del trabajo en la sociedad; se trata de actividades básicas de cuidados y reproducción, visibilizadas como formas de trabajo subalternizadas, tanto tradicionalmente en la sociedad en general como en las propias representaciones político-sindicales en la actualidad, teniendo en cuenta en este último caso, su gran componente femenino, pero también su escasa presencia (en ocasiones nula) en los espacios de liderazgo.
Entre las trabajadoras de economías populares se encuentran muchas que cuentan con un recorrido de varias generaciones dedicadas a actividades del sector, con orígenes indígenas y/o campesino, otras que luego de ser excluidas de empleos formales optan por generar sus puestos de trabajo o bien complementar con dichas prácticas otras ocupaciones, y hay quienes, sin antecedentes, se suman a estas actividades por primera vez.
En la calle, las ferias, los mercados, etc. se articulan en muchos casos la producción, con la venta y el cuidado o tareas reproductivas -allí los niños y niñas juegan, hacen deberes escolares y se alimentan-. Esas mujeres trabajadoras en el hogar tienen que seguir haciéndose cargo de las tareas de cuidado, limpiando, lavando, preparando la comida y ayudando con las tareas para la escuela. En el caso de comedores y merenderos, la división entre tareas productivas y reproductivas se torna aún más difusa, debido a que muchas mujeres ponen a disposición sus viviendas como espacio para la olla popular, las clases de apoyo o los talleres que se realizan, conformando un espacio de cuidados, educativo y político.
Si bien las organizaciones de la economía popular dan pelea desde hace años para que se reconozcan estas actividades de sostenimiento del hogar y del barrio como un trabajo, en la actualidad existe un retroceso enorme, tanto en lo práctico como en lo discursivo. Desde hace meses los comedores no reciben los alimentos necesarios para sostener las ollas populares, se desbarataron por completo programas como el Fondo de Integración Socio Urbana para barrios populares, los programas de transferencias monetarias como el programa “Potenciar Trabajo” no aumentan desde el año pasado, aunque el país tenga una de las tasas de inflación más altas de la historia. Además, este último ha cambiado de nombre: de llamarse “Potenciar Trabajo” pasó a denominarse “Volver al Trabajo”, reduciendo el programa que pretendía en sus inicios reconocer y acompañar las economías populares, a un mero plan de contingencia para parchar la recesión, sin contar la estigmatización y la discriminación que día a día padecen estos sectores.
Es así que, con sus uniones y bifurcaciones en el sistema imperante, las economías populares nuevamente se presentan como la trinchera donde los sectores subalternizados -el pueblo, la plebe- buscan formas de sobrevivencia individual sin descuidar lo colectivo, generando respuestas a la voracidad de esta nueva era en la que se pregona el individualismo y la autoexplotación, sobre todo aquellas actividades relacionadas al cuidado comunitario. Ya sea con propuestas de bases organizadas o de comunalidad latente, se expresan furtivas e incipientes formas de comunes diversos que traman redes para sostener la vida. Fortalecer esas iniciativas aparece como una tarea imprescindible.
Bibliografía
- Bergesio, L. (2004). Lo popular y la economía en América Latina. Conceptos y políticas posibles. Cuadernos, 24, 23-44.
- Federici, S. (2010). Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación originaria. – 1a ed. Lugar: Tinta Limón
- Gago, V. (2021). “Extractivism”. En Sara R. Farris, Beverley Skeggs, Alberto Toscano, & Svenja Bromberg (Eds.), Handbook of Marxism (pp. ) London: Sage.
- Mazzeo, M. y Stratta, F. (coord.) (2021). ¿Qué es la economía Popular? Experiencias, voces y debates. 1ª edición. Buenos Aires: El Colectivo.
- Nieva, F., González, N., Bergesio, L. (2022). Mujeres de la economía popular frente a la pandemia y el ASPO. Estrategias de vendedoras callejeras de San Salvador de Jujuy (Jujuy, Argentina). Estudios del trabajo, 64, 89-117.
- Rodríguez Enríquez, C. (2019). Trabajo de cuidados y trabajo asalariado: desarmando nudos de reproducción de desigualdad.